El libro que toca hoy, «Trafalgar«, de uno de los mejores novelistas de la historia de la literatura universal: don Benito Pérez Galdos, entra dentro de mi categoría personal de «libros inolvidables». ¿Por qué? Lean a continuación.
Contada en primera persona por Gabriel, un «sinvergüenza» de barrio que creció en la miseria como huérfano. Y que hubiera acabado igual que tantos otros maleantes si no fuera porque entró al servicio de don Alonso gutiérrez de Cisniega, capitán de navío retirado de avanzada edad. Al igual que su mujer doña Francisca, Paca para su marido. Ambos le darán el cariño que le falta a Gabriel.
¿Y cómo entro al servicio de unos señores distinguidos, aunque venidos a menos, todo un «kinki» como Gabriel?
Pues de la forma más rocambolesca posible: huyendo de la leva que hacían los soldados de Marina entre la «carne de cañón» de los barrios marginales de Cádiz para embarcarlos por la fuerza en los buques de guerra, algo por otra parte muy normal en todas las marinas de aquel siglo.
Así, nuestro protagonista acabará en la casa de don Alonso y doña Francisca, a los que suplicará con gran despliegue de llantos y lágrimas que le protejan. Y eso harán estas buenas gentes, que no todos los de rancio abolengo eran eso, unos rancios.
Como criado empezará a descubrir el trabajo honrado y las buenas costumbres, hasta el punto de poder pasar de buena familia a los pocos años.
Llega la guerra
Aquel comienzo del siglo XIX fue pródigo en lo que se refiere a guerras. Gabriel dirá que iban a combate por año y escaramuza naval por mes.
A principios de octubre de 1805 España está en guerra con Gran Bretaña y aliada de una Francia napoleónica que mira a España como su pelele.
El país, exhausto de tanta guerras y penurias no da más de sí y su Armada, otrora potencia mundial, no es más que una sombra de lo que fue. Eso sí, sus oficiales siempre con mucho pundonor; con los uniformes viejos pero limpios, a causa de una alarmante falta de pagas.
Pues si apenas pagaban a los oficiales a la marinería… Ya se lo pueden imaginar. En fin, lo de siempre.
Iban a bordo de navíos poderosos pero viejos en su mayoría, tripulados por gente de leva e inexpertos que se mareaban en cuanto salían del puerto, y bajo el mando supremo de un «gabacho», el almirante Villeneuve que era un inepto hasta decir basta.
¿Qué podía salir mal, verdad?
A don Alonso le llegan las noticias de que se está preparando la escuadra surta en Cádiz para salir a darlo todo contra los británicos de Nelson, que esperan agazapados en alta mar, bloqueando el puerto y esperando la oportunidad de acabar con los franceses, y españoles llegado el caso.
El viejo oficial marino se entusiasma porque piensa que por fin le van a dar una lección a los británicos, y decide aceptar una invitación para embarcarse a bordo del navío más grande y poderoso que había en la época: el navío Santísima Trinidad, coloso de 140 bocas de fuego y cuatro puentes que causaba admiración en aliados y enemigos.
Gabriel tendrá que acompañar a su amo, a pesar del disgusto de doña Francisca, que clamará al cielo ante tamaña insensatez: ¡Pero donde irá este hombre con lo viejo que es!
A todo esto, hay que indicar que uno de los culpables de meterle en la cabeza a don Alonso todo aquello era Marcial, un antiguo lobo de mar, contramaestre en muchos buques de guerra al que le faltaba una pierna, perdida en un combate. Este se llevaba muy bien con el antiguo capitán de navío y les gustaba departir a menudo sobre barcos y batallas navales.
Nuestro protagonista en un principio estará encantado, puesto que en su joven mente la posibilidad de batirse en un navío de guerra era algo romántico, de héroes al estilo clásico.
Pero Gabriel también va por otra razón. Resulta que está locamente enamorado de la única hija del matrimonio al que sirve: la señorita Rosita. Un encanto de chica que ya está prometida a un oficial de artillería, don Rafael Malespina y que, por falta de artilleros de marina en la escuadra, iba a embarcar para combatir, lo que le llenaba de orgullo.
Gabriel pensaba que si él también embarcaba y luchaba, al regresar, con toda probabilidad vencedores, Rosita se daría cuenta de lo valiente que era y se enamoraría de él.
Pobre crío, a pesar de nacer en las peores calles de Cádiz y crecer como un salvaje pilluelo, de amores sabía bien poco.
La batalla
No voy a describir la batalla de Trafalgar, ya que este no es el cometido de la entrada.
Gabriel y don Alonso, como ya he comentado, embarcarán en el gigantesco Santísima Trinidad y allí concurrirán al combate. También les acompañará Marcial, que no quiere perderse el que piensa será el broche final a su dilatada carrera y que será su último combate.
Esta parte inicial, cuando describe el movimiento de las diferentes flotas, está muy bien llevado, al igual que el entusiasmo mostrado por amo y criado, que piensan que van a ser meros espectadores de una función en la que ellos formarán parte sin peligro alguno.
¡Qué ilusos!
Cuando comienza la batalla, todo se llenará de humo, gritos, astillas, muertos y heridos hasta llegar a la rendición del navío que, apresado por los británicos, acabará hundido a consecuencia de la terrible tempestad que se originó justo al acabar la masacre.
Todo esto está magistralmente contado por Galdós. He leído muchas novelas de batallas, pero todavía no he encontrado alguna que supere lo relatado por nuestro escritor, que recordemos no ganó el Premio Nobel por el boicot que le hicieron los conservadores. ¡Qué país, por Dios, qué país!
Gabriel y don Alonso quedan a merced de los elementos, con este último rogando por morir para no tener que enfrentarse a la vergüenza de regresar vencido con su mujer, a la que tiene realmente pavor. Más que a los cañones enemigos o la mar embravecida.
Son transbordados al navío Santa Ana, otro de los apresados por los británicos pero que se mantenía mejor en aquella mar agitada que el Trinidad, que se hundía sin remedio.
Sin embargo, en este nuevo buque don Alonso recuperará algo de moral cuando, ya que de Cádiz salieron varios buques con intención de represar a los capturados y los tripulantes del Santa Ana, viendo que se acercaba la ayuda, retoman el control del buque y tienden un cable a una fragata francesa que llega para remolcarlos.
De nuevo son transbordados a un nuevo navío, esta vez se trata del Rayo, que era uno de los que acudió, junto a otros que no estaban muy mal parados del combate.
Pero pasaron a un navío que estaba condenado por la tempestad.
Y así fue, acabó naufragando, pero nuestros protagonistas salvarán la vida con muchas dificultades.
Y bueno, el relato termina con Gabriel y don Alonso lamiéndose las heridas a salvo en casa, con el novio de Rosita también a salvo y dejando paso a continuar en los siguientes Episodios Nacionales.
¿Queréis saber mi vida entera? Pues aguardad un poco, y os diré algo más en otro libro.
Un gran libro que hay que leer
«Trafalgar» de Galdós lo tenían mis padres en su biblioteca y por pura casualidad acabé descubriéndolo.
En cuando empecé a leer, me sumergí de tal modo en su lectura que en poco menos de un par de horas ya lo había acabado.
Me había absorbido totalmente como ningún libro hasta entonces. Recordad que yo estaba empezando a leer libros de adultos y aquel fue también de los primeros.
Tras ello, lo volví a leer tres o cuatro veces a lo largo de mi vida. Y es de los pocos libros que no me da pereza releer, pues los diálogos de Gabriel, Marcial o don Alonso, la descripción de la batalla, las anécdotas sobre otros combates, hacer de esta novela un entretenimiento de primera.
Un libro totalmente recomendable. Todo un clásico que no envejece.
Deja una respuesta