
1,49 euros.
Vamos, no me pongas esa cara. ¡Si cuesta menos que una cerveza! ;)
El colono: la novela
Imaginen que una raza extraterrestre cede a la humanidad un sistema de portales que permiten a cualquier humano ir a cualquier lugar del universo. Y que hay tantos mundos donde se puede establecer quien lo desee que se puede elegir hasta el tipo de planeta.
No todo es tan bonito como lo pintan los anuncios, dirá uno de los personajes de esta novela. Y es verdad. El espacio es un lugar violento, inhóspito y aterradoramente hermoso. Y para colonizar un planeta hace falta algo más que valor.
Muchos ciudadanos de la Tierra aspiran a ir a alguno de esos mundos, pero todos, o la mayor parte de ellos, sólo desean ir a otros planetas ya repoblados. Es cambiar una Tierra ya decadente por otro lugar parecido pero más nuevo. Pero es lo mismo.
Sólo unos pocos se aventuran a ser unos verdaderos colonos. Y aquí empiezan las andanzas de uno de esos aspirantes, de esos locos o desarraigados que huyen de su pasado, o del futuro que les aguarda en un mundo demasiado agotado.
Son pioneros, verdaderos colonos como los de antaño, provistos únicamente de su capacidad de trabajo y de su fe en lo que van a llevar a cabo.
Mi primer libro de ciencia ficción
El colono era una historia destinada a ser publicada en el anterior blog como hice con Superviviente. Pero como no disponía de mucho tiempo a diario para dedicarme a ello, como cuando escribí la anterior novela, decidí aprovechar el tiempo que tuviera en escribir lo que pudiera.
Así, en un par de meses la tenía casi finiquitada, a expensas de las correcciones de una segunda revisión. Fue entonces cuando comencé el proceso inverso al de Superviviente.
Si en esta había unido todas las entradas para hacer una novela, con El colono la troceé en diferentes entradas que fui programando en el blog para que salieran a diario.
Este método me gustó más que el anterior, aunque se pierde esa frescura e improvisación del formato blog. Pero te da más seguridad al tenerlo todo ya escrito y saber que tiene un final y que no se estirará «hasta el infinito y más allá».
A pesar de que desde que tengo uso de razón me ha gustado el género de la ciencia ficción, tanto en el cine como en la literatura, nunca me atreví a escribir algo sobre el tema.
Me habían atraído esos relatos de «space opera», donde podías evadir la mente con las aventuras de, normalmente, héroes que salvaban a la chica de turno presa en un planeta remoto, o batallas espaciales con aguerridos e intrépidos pilotos. De agujeros de gusano que llevaban a alguna expedición a explorar mundos imposibles, de viajes interestelares de naves terráqueas que abandonaban la Tierra en busca de un futuro mejor…
Yo quería hacer algo así, sobre todo en el tema de los saltos espaciales por medio de agujeros de gusano o, siempre más socorrido, portales de origen extraterrestre. Pero sólo lo utilizaría como excusa para poner a un personaje en una situación concreta: la exploración de un nuevo mundo.
Siempre me han atraído los personajes solitarios en las novelas. Pero no el arquetipo de «machomán» que es capaz de matar a veinte personas sin despeinarse, correr mil aventuras y no sufrir ningún tipo de desgaste físico o psicológico.
Yo quería un antihéroe, un tipo perdedor, que odiase el lugar que le había tocado vivir, que no fuera sociable y que, en definitiva, fuera más humano y acorde con la época y situación en la que le sitúo.
Así nació Pete, el protagonista de la novela El colono. Es pobre, amargado, asocial y, por si esto fuera poco, también es feo. Sin embargo, no quise caer en el tono de comedia que a veces se le da a esta clase de personajes.
Nos guste o no, este tipo de personas existen y, desde luego, ellos no le ven ninguna gracia al mundo que les ha tocado vivir.

Pete no es una persona cultivada. Jamás ha tenido ninguna inclinación intelectual y tampoco ha podido adquirir las habilidades sociales que compensen eso, debido a su problema con la falta de empatía con sus semejantes.
Por tanto, Pete es un hombre silencioso, que habla lo necesario y que, cuando se pone, no hace gala de ninguna agudeza en su forma de expresarse.
Reconozco que la idea de este tipo de protagonista me vino cuando leí la novela La bendición de la tierra, del escritor noruego Hamsun Knut. Yo quería un tipo como aquel: callado, poco sociable, trabajador y mundano, a veces vulgar y con limitado entendimiento.
Una persona que, en el caso de la novela noruega, empezaba de cero en una tierra hostil, huyendo de su anterior vida. Por eso, en El colono puede parecer que Pete es un tipo demasiado simple en sus formas y pensamientos.
Llenarlo pues de músculos, inteligencia y capear sin despeinarse situaciones típicas del género no hubiera sido creíble, al igual que dotarlo de diálogos demasiado pretenciosos.
Situé a Pete en la ciudad de Nueva York y elegí un personaje norteamericano porque quería variar de entorno.
En Superviviente y en El poder el personaje protagonista relata todo en primera persona y ambas tramas se desarrollan en España. Como he sido consumidor mayoritario de novelas norteamericanas, quise probar con ese otro ambiente.
Y, además, la trama me aconsejaba que esto fuera así, como leeréis. No es por menospreciar a nadie ni nada, pero no me imagino a una central de portales intergalácticos de la Tierra instalada en España ;)
Para ayudarme en la narración, decidí escribirlo en tercera persona. Así, me era más fácil relatar momentos que de otro modo, en primera persona, hubiera sido más difícil. Por no mencionar que un relato en primera persona, con un Pete tan parco en palabras y pensamiento, no hubiera cuajado en absoluto.
Deseaba también que el lector mantuviera así las distancias con los protagonistas. Quería que Pete desprendiese ese aura de ser solitario y taciturno durante toda la novela. El uso de la primera persona me obligaba a darle más importancia a los sentimientos del protagonista, exponiéndolos hacia un punto que yo no deseaba.
No quería un alma atormentada, sino un hombre que se traga sus emociones y convive con su naturaleza sin remordimientos. Él sabe muy bien cómo es y no piensa cambiar por nada ni nadie.
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