El libro que les traigo hoy me lo leí en apenas un suspiro. Es otro de esos libros inolvidables para mí. Se trata de la primera novela de Ramón J. Sender, publicada en 1930 y que tiene como transfondo la guerra de Marruecos de los años veinte. Se trata de Imán.
Un relato trágico
«Imán» es una obra dura: pesimista o realista según lo quieran ver. Personalmente, creo que es la mejor novela bélica que he leído.
No voy a contar nada sobre el hecho histórico de aquella época. Tienen en la red muchas páginas sobre aquella guerra y, sobre todo, el desastre de Annual que es el episodio en el cual se centra el relato en su mayor parte.
Sólo deben saber que aquel ejército, si se puede llamar así, estaba formado por miles de hombres analfabetos, mal preparados y peor equipados, con alpargatas en vez de botas, y mandados en general por una oficialidad desmotivada y proclive a la corrupción.
El protagonista de la historia es un joven aragonés llamado Viance, que al igual que todos los reclutas que fueron para la guerra, no era más que un analfabeto sin prácticamente ningún recurso (por entonces los que tenían «duros» podían comprar su excedencia, por lo que acabaron yendo las capas sociales más bajas).
El relato es contado por un sargento (presumiblemente el alter ego del autor, aunque este no estuvo en Annual, pero sí lo hizo en la guerra de Marruecos durante dos años).
Al principio la línea de tiempo da pequeños saltos para encontrarnos con Viance siempre metido en líos. Es un veterano que lleva cuatro años allí y está a punto de licenciarse. Está un tanto desquiciado por la experiencia y muchos no le aguantan.
La forma en la que Ramón J. Sender escribe me ha recordado mucho a la de Theodor Plievier en su novela «Stalingrado», aunque evidentemente es posterior a «Imán».
Pero ambos son relatos desgarradores sobre dos episodios desgraciados de la historia.
En «Imán» los soldados españoles sufren las mismas penurias que los alemanes cercados por los rusos. La misma mierda de guerra: hambre, frío/calor, desmotivación, oficialidad corrupta (aunque en el caso español esto es más acusado) y miedo. Mucho miedo.
El horror de la guerra
Viance es un hombre callado, rural y poco inteligente. Pero es humilde en el sentido bueno de la palabra. Se hallará, al principio de la novela, en uno de los numerosos destacamentos de avanzada cercanos a la plaza de Annual.
Allí, sedientos, hambrientos y cercados por los moros, los soldados españoles combatirán a la desesperada contra un enemigo que lucha por su libertad y que está fanáticamente dispuesto a todo. Los soldados españoles, con la moral por el suelo, harán todo lo posible por aguantar. Pero es imposible.
El destacamento es barrido y Viance logra escapar por los pelos de la barbarie que sigue.
Los moros hicieron muchas tropelías a los supervivientes, y se comportaron de manera despreciable cuando se rendían las posiciones españolas, sin respetar a los vencidos.
Es cierto y si indagan un poco en la Red pueden leer (si tienen estómago) algunas de ellas, pero también es cierto que las tropas españolas ocuparon después el país de manera salvaje y que los legionarios que andaban de aquí para allá con el mismísimo Franco como uno de sus ilustres mandos, no eran precisamente unas hermanitas de la caridad.
Los legionarios hicieron una contraofensiva dedicados en cuerpo y alma a una venganza tan brutal como lo había sido el ataque de la harka enemiga en Annual, espoleados por esa soflama tan temeraria como incomprensible de amar la muerte que tanto exaltaba su fundador Millán Astray.
Curiosamente, en la Guerra Civil española, la tan admirada hoy en día Legión luchó con la ayuda de los moros (sacados del mismo lugar que masacraron a los españoles en 1921) para arrasar sin moral alguna al otro lado del Estrecho de Gibraltar.
Tampoco fueron dignos de admiración aquellos empresarios mineros españoles que sajaron el territorio del Rif a cambio de unas condiciones inhumanas a los indígenas que trabajaban para ellos.
No quiero justificar la barbarie, puesto que eso es imposible, pero no se queden sólo en el salvajismo de una parte, puesto que con eso se tiende a demonizar a unos y elevar a los altares a otros.
En la guerra no hay héroes y sólo gana la muerte. Cuando uno acaba de leer «Imán» sólo queda decir: «Malditas sean las guerras y malditos los que las promueven».
En fin, Viance consigue llegar a los arrabales de Annual, donde algunos guerrilleros españoles le informan de que Annual ha sido tomado por los moros y que la guarnición española abandonó el lugar en una épica y trágica huida hasta Melilla.
El penoso camino hacia la salvación
La tropa es abandonada a su suerte por la mayoría de los oficiales y, sobre todo, por su general al mando que incapaz de solventar la situación se suicidará antes de ver el desastre. ¡Menudo responsable está hecho!
¿Está bien morir como un perro a los veintitrés años, abandonado de toda esa gentuza? Mi teniente coronel, pa salvar la buena fama de los oficiales que se arrancan las insignias y salen corriendo, está con el escuadrón por ahí día y noche, cazando a los moros a sablazos, chorreando sangre.
Comienza entonces una larga marcha para nuestro solitario aragonés. Un espantoso camino jalonado de muerte y destrucción. Viance, herido, sediento, hambriento, somnoliento y lleno de terror, intentará llegar a un lugar seguro, o incluso a Melilla.
Por el camino se topará con otros supervivientes, con los moros sedientos de sangre y venganza, con lo peor del ser humano y, en definitiva, con ese horror que Joseph Conrad nos contó en «El corazón de las tinieblas». Porque a lo largo de las páginas lo veremos con toda su crudeza.
Pasaremos sed, hambre y miedo junto a un Viance que se mueve por inercia, ya que es consciente de que si se deja caer en cualquier sitio, ya no se levantará más. A veces no sabe si está muerto o sigue vivo; apenas ve ya la diferencia.
En este espantoso viaje hacia las entrañas del infierno, Viance no dejará de hacerse preguntas sobre todo el espanto que ve y sufre en sus propias carnes.
¿Qué sentido tiene todo aquello? Les recuerdo que el propio autor estuvo dos años en aquella guerra y muchos de los desmanes y chanchullos que vio, los denuncia en esta novela.
Pero a Viance la puñalada más trapera no se la dará un moro. No vendrá de frente en un combate o torturado por sus captores, sino de la propia España encarnada en sus individuos de peor calaña.
Le preguntan si está contento de ser por fin licenciado, tras seis años en África, contando con dos años de recargo por mala conducta, según sus oficiales. Él responde:
No se licencia ninguno de los que vienen acá. Ni yo. El que viene se queda aquí, y luego echan pa España un pelele, un tío ya exprimido, sin jugo.
Viance es un superviviente, sí, pero también es un imán para el infortunio Y de ahí el título de la novela. Da mucha pena, y más sabiendo que lo que cuenta don Ramón sobre su novela cuando la presentó:
La imaginación ha tenido bien poco —nada, en verdad— que hacer. Cualquiera de los doscientos mil soldados que desde 1920 a 1925 desfilaron por allá podía firmarlas [estas notas]. Y desde luego su protagonista se puede “comprobar” en la mayor parte de los obreros y campesinos que fueron allá sin ideas propias, obedeciendo un impulso ajeno y admirando a los héroes que salen retratados en los periódicos.
Es curioso que el relato central tiene a Viance como protagonista, y sin embargo cuando el narrador pasa a ser el sargento Antonio el soldado Viance aparece como secundario, como un patán sin pena ni gloria; como un gracioso de película que aparece para hacer el chiste y se larga para que siga el actor principal.
Y luego, ahí le tenemos cuando la narración pasa a sus vivencias, siendo como otra persona totalmente distinta. Pero Viance es el verdadero y único protagonista de esta tragedia.
Esta dicotomía es otra de las cosas que me encanta de esta obra del genial Ramón J. Sender.
En definitiva, «Imán» es una obra maestra. Un libro que leí hace siglo y medio en el instituto y que como muchos otros que leí por entonces, no supe valorar en su momento.
Me alegra poder acercarme (voluntariamente y con alevosía) de nuevo a esta lectura y disfrutarla de verdad, línea a línea, sin saltarme nada.
Os la recomiendo. No os dejará indiferentes.
Si os gusta y queréis leer otro relato sobre el tema, este de carácter autobiográfico, no dejéis pasar el segundo tomo de la «Forja de un rebelde«, de Arturo Barea; también excelente y en el cual se muestra mucho más la corrupción que entonces imperaba en el Ejército.
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