Llevamos, a día de hoy, unos cuantos días de cuarentena por España (y medio mundo) y esto está tomando tintes surrealistas o novelescos según pasan las horas.
Hemos pasado de estar en la calle, dando un paseo, visitando a amigos o familiares, de compras por el centro comercial o comiendo en un restaurante, a estar enclaustrados en casa sin poder salir salvo fuerza mayor.
Y todo esto en menos de una semana.
Cuando la realidad supera a la ficción
Como comento aquí, empecé a escribir mi novela de «Superviviente» cuando todavía no había empezado la «gripe A», ¿se acuerda alguien de ella?
Años después nos ataca el «Coronavirus» y mueren decenas de personas al día; ancianos y gente con problemas previos la mayoría, pero que no dejan de ser cifras que hasta hace una semana las veríamos como algo de otros lugares, como China y sitios así, o de películas de género.
Pero está ocurriendo y en nuestras propias narices.
Como digo, cuando inicié mi novela sobre una pandemia particularmente asesina con el ser humano, no pensaba ni por asomo que algo así pudiera ocurrir algún día.
No tan a lo bestia como escribí yo, pero sí que hay algunos patrones que he podido vivir en mis propias carnes y que se repiten: el nerviosismo de la gente por una situación desconocida por todos, la ineficacia de las autoridades cuando las cosas vienen mal dadas, el egoísmo de mucha gente que se llena la despensa a costa de que los demás nos quedemos con las sobras…
Ridículo me pareció cuando declararon el estado de alarma y la gente saqueó los Mercadonas y demás. Ahora puedes bajar al súper y se encuentra de todo sin problemas. Bueno, papel higiénico no, pero siempre hay alternativas para eso, ¿no?
Me acuerdo de una mujer que iba con un carro de supermercado, con su hija de diez u once años detrás con otro carro, ambos cargados hasta los topes y la mujer echando al carro ocho o diez paquetes dobles de galletas, casi sin pensar. Como una autómata. Y así unos cuantos como ella.
¡Cómo es el ser humano cuando la civilización se echa a un lado! Qué cara nos descubre esa gente que, un día normal en una situación normal, son seres amables, que dicen gracias y saludan al vecino, que se indignan de que no haya más justicia en el mundo al ver a esos pobres negritos pasando hambre.
Y luego los ves ahí, cuando pasan estas cosas del pánico. Se quitan la careta y dejan ver su verdadero lado primario: primero yo, y los demás que arreen.
Por fortuna, como digo, ahora la gente se ha calmado un poco, por lo menos en lo que se refiere a acaparar provisiones.
Pero el peligro de que esto se descontrole siempre está ahí.
Ahora bajas a la calle y me siento como si estuviera viviendo mi propia novela, menos dramático (menos mal) pero con situaciones muy parecidas.
Se diría que el ser humano en sí es el virus de la tierra, en vista de que ahora, con menos gente por las calles, la naturaleza se abre camino. Aparecen peces en Venecia, se quita la contaminación, seguro que el campo lo agradecerá con ese respiro que le estamos dando.
Espero que todo esto sirva para comprender lo frágiles que somos y el poco respeto que tiene la naturaleza por nosotros (y nosotros por ella). Pasa una semana y ya se notan los cambios. Nuestra huella en el mundo se borraría en nada (geologícamente hablando) si desapareciéramos. No quedaría nada. Ni rastro.
Pero no me voy a poner ni pesimista ni apocalíptico, aunque hay que reconocer que para los que nos gustan estos temas, poder vivirlo en persona, aunque en una intensidad más moderada, nos hace tomar un punto de vista más real de lo que escribimos.
Esto pasará, como todo, morirán muchos de nuestros mayores y la economía volverá a subir y de nuevo volveremos a hablar de los temitas de siempre: Cataluña, el paro, es la economía estúpido,… Sólo espero que, como pasó en la crisis económica de 2008, no nos dejen tirados a los de siempre.
Que esa es otra. Mientras todos deberíamos remar en la misma dirección, los aldeanistas de siempre no ven más allá de sus obtusas narices y peludos ombligos y no se quitan las banderas de los ojos ni en esta crisis y barren para lo suyo. Al final ese personajillo de Torra consigue que se siga hablando de lo suyo cuando sólo se debería estar con el coranovirus al cien por cien. Eso dice mucho de la clase de gente que son estos abducidos.
Supongo que a ellos todo esto les puede servir para tensar más la cuerda hacia sus intereses. Pero, ¿de verdad la gente ve con buenos ojos esa clase de políticos miserables?
En fin, que estaré por aquí, de guardia. Pásenlo encerrados lo mejor que puedan y entretengan a sus hijos. Quizás es un buen momento para que los conozcan de verdad.
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