«Hijo de Dios» es una novela de mi loado escritor norteamericano Cormac McCarthy. Escrita en 1973 narra las acciones de un lugareño de una comarca montañosa del estado de Tennessee.
Típica narración del autor con esas frases rotundas, secas y ausencia total de convencionalismos literarios a la hora de marcar diálogos, por ejemplo.
Apenas se sabe algo del lugar donde vive el protagonista, Lester Ballard, uno de esos «paletos» sureños que sobrevive del campo y se encuentra en un estado mental más que dudoso.
Ballard es un pobre diablo que ha vivido mucho tiempo solo, en una destartalada cabaña que después se quemará (por su culpa) y le obligará a subsistir en la montaña.
La novela es corta y se divide en reducidos capítulos en los que vamos viendo el paso del protagonista a un nivel de desquiciamiento creciente.
Fruto de ello, empezará a asesinar a gente del pueblo y otros con la mala fortuna de detener sus coches en la montaña donde mora Lester.
Este es un hombre (joven en realidad, ya que no llega a los treinta años) que no sabe discernir el bien del mal, que cuando se encuentra los cadáveres de una pareja se lleva al de la mujer y la viola, además de llevársela.
Acabará detenido pero será «liberado» por una turba que quiere lincharlo por sus crímenes. Luego, bueno, eso lo tendréis que leer porque aquí creo que flojea un poco «Hijo de Dios».
O a lo mejor no, a lo mejor es que el estilo de McCarthy se muestra en todo su esplendor. Si habéis leído (o visto la película homónima) de «No es país para viejos», encontraréis alguna similitud en ese estilo tan característico del escritor norteamericano.
Hay escenas perturbadoras, narradas como si nada, como la de ese niño de corta edad con problemas mentales. Es escalofriante la frialdad con que Cormac McCarthy lo escribe. En ese sentido también recuerda a veces a su otra gran novela: «La carretera«.
A mí me encanta, pero soy consecuente que no llega a todo el mundo y que a muchos ese estilo tan seco y violento puede echar atrás a más de uno.
«Hijo de Dios» es una novela que pasaría por costumbrista si no fuera por los asesinatos. El personaje de Ballard está muy bien construido y sorprende que uno lo lea sin sentir repulsión ante un tipo que practica la necrofilia con sus víctimas femeninas.
Pero durante esos breves capítulos vamos intuyendo retazos de la vida de este tipo, que no tuvo que ser nada fácil, con un padre violento que formaba parte de una banda al estilo de las del KKK.
En definitiva, es una novela corta apta para amantes de este autor tan personal. Yo lo soy, así que no me ha defraudado, antes al contrario.
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